Quiero dar las gracias a todas las personas que conozco por seguir tratándome de la misma forma que antes de hacer público que tengo un trastorno mental. Sé que me diréis que no necesito la aprobación de otras personas, cosa cierta, pero para mí ha sido importante el sentir que no he tenido que “pagar un peaje” por hacerlo público. Tuve muchas dudas y miedo a la posible reacción de mi entorno y a la forma que pudiera afectar a mis hijos. Tuve miedo de que sus amigos y compañeros del instituto se burlaran o los apartasen del grupo, a que escucharan comentarios hirientes acerca del estado mental de su madre. Sí, reconozco que lo que más me preocupaba era la forma en que afectaría a mis hijos a nivel social. A nivel personal no me preocupaba, puesto que hacía un tiempo que lo hablábamos en casa con total naturalidad.
Durante muchos años me lo negué a mí misma. También es cierto que durante esos mismos años estuve asintomática, fueron los años en que formé una familia y mi principal ocupación era cuidar a mis hijos. Hay quien me ha preguntado qué hubiera pasado si mi pareja se hubiera enterado por terceras personas, o si yo hubiera necesitado un ingreso, si se sentiría engañado. Pues la verdad es que no lo sé, no lo puedo saber, lo único que puedo decir es que tomé una decisión, fue la que yo en aquel momento creí que era la decisión acertada. Yo sentía que el silencio me protegía de ser juzgada por mi trastorno.
Hace unos años, a raíz de la muerte de mi pareja, todo cambió. Al principio seguí negando, pero poco a poco, sin que yo pudiera controlarlo, el dolor se hizo inaguantable y me vi forzada por las circunstancias a pedir ayuda. Tuve la suerte de encontrar un grupo de duelo en la población en la que resido donde estuve participando unos dos años. Empecé a tomar una medicación para la depresión que me ayudó a pasar este trance.
Hace tres años mientras estaba leyendo en internet sobre temas de salud mental, encontré una asociación, los contacté y empecé a participar en un GAM. La primera salida que hice con ellos fue a un local donde actuaba un grupo musical. Recuerdo que cuando dijeron de hacer unas fotos de grupo, yo preferí no aparecer en ellas.
A partir de ese instante empiezo una lucha conmigo misma, puesto que a una parte de mí le preocupaban las opiniones ajenas y la otra parte no quería preocuparse de la opinión de los demás. Me empiezo a plantear que posiblemente a los demás les sea indiferente lo que yo haga con mi vida. Fue una montaña rusa de sentimientos. Miedos y contradicciones conmigo misma. Fui contándolo persona a persona, por sus reacciones, me sentí aceptada y respetada. El comentario que más me impactó fue: “Rosa, ten siempre presente que hay personas que están peor que tú (psicológicamente hablando) y no tienen absolutamente nada (trastorno mental)”. Por fin alguien que sabía diferenciar entre estupidez humana y trastorno mental.
Lo siguiente en suceder es del dominio público, orgullosa de mi locura.
Rosa García, alias Chica Asteri